Thursday, September 14, 2006

Vacaciones Románticas

Un buen día, tras varios largos meses, las vacaciones están a la vuelta de la esquina. Sientes que nunca antes habías tenido una vacaciones tan merecidas y necesarias como estás. Al principio se te ocurren algunas opciones fresas acorde a tu nueva condición de juppie: Vegas, Orlando, New York. Finalmente, tu lado romántico se impone y decides aprovechar el descanso para conocer un poco más de tu país… piensas en todas las veces que has conocido extranjeros estudiando en Monterrey y les has recomendado visitar el sur de México cuando en realidad apenas has pasado unas cuantas veces por ahí en la típicas vacaciones a Cancún. Chiapas es el destino ganador (Oaxaca perdió por default).


Un vuelo a Tuxtla, un taxi a San Cristóbal y ahí estás. Aunque traes un mood bastante romántico, tu lado juppie te traiciona y lo primero que se te ocurre es preguntar en el lobby del hotel qué lugares debes visitar. Inmediatamente arreglas un tour al Cañón de Sumidero. El tour termina por sacar tu lado romántico: te maravillas ante el magnífico desplante de la naturaleza y te indignas al ver una parte del río Grijalva llena de basura. El lanchero explica que en época de lluvias, la basura de las calles de Tuxtla va a dar el cañón pero que el gobierno hace lo que puede para mantenerlo limpio… la explicación no te convence… tal vez hubiera funcionado en condiciones normales pero convencer a tu yo-romántico requiere más que eso. En fin… tomas decenas de fotos a cada cocodrilo, garza o pelícano que aparece en el camino y quedas contento. A final del tour, tu lado romántico te obliga a socializar con los turistas que tomaron el mismo tour. Tras conversar un rato, te causa cierta simpatía el darte cuenta que todos tus acompañantes pagaron un precio distinto por el mismo tour… México es México de norte a sur después de todo. La simpatía se desvanece un poco al comprobar el premio al turista más pendejo que pagó más por el tour te lo llevaste justamente tú. Un uruguayo bien intencionado, que según dice lleva viajando casi dos años, te da instrucciones precisas para adquirir los mejores tours al mejor precio. Agradeces las recomendaciones aunque no puedes evitar sentirte un poco incómodo… un pinche uruguayo viene a enseñarte como recorrer tu propio país.

Regresas a San Cristóbal; pasas antes por un pueblillo equis sin algo que valga la pena ver, pero es parte del tour que ya pagaste (y vaya que lo pagaste). En San Cristóbal, dejas tu orgullo a un lado y te dispones a seguir las recomendaciones del uruguayo. Pero antes de eso, de casualidad conoces a un guey que te ofrece un tour de varios días por toda la ruta maya. El tipo quiere cobrar una buena lana. Este pendejo me vio cara de juppie pero ni madres… no me la vuelven a hacer, piensas. Sin embargo, el tipo trata de convencerte apelando a tu mood romático… te ofrece un recorrido bastante hippie con sus respectivas estancias en medio de la selva lacandona… mucho más apropiado que hotel fresa que escogiste en San Cristobal. Dejas por un momento tu lado romántico; dejas también tu lado juppie y sacas tu empolvado lado chilango… regateas como un profesional y al final te embarcas con el susodicho guía. Estas orgulloso de ti mismo; comunicas en la recepción del hotel que ésta será tu última noche y mandas al demonio al guey que te armó el tour al cañón y que quiere sacarte los ojos con una visita a Palenque… encontré una mejor opción, le sueltas.

A otro día, empiezas el recorrido. Inicias en las cascadas de Agua Azul. Tomas miles de fotos y aunque el agua está fría como el demonio, tu lado romántico te obliga a darte un baño en las cascadas. Observas que la razón de turistas extranjeros a paisanos es como de 3 a 1. Uno de esos extranjeros, una chica muy guapa, decide al igual que tú, tomar un baño en las cascadas. El hecho de que vayas acompañado no te impide ver, de reojo, que la chica en cuestión súbitamente se desprende de toda su ropa para acomodarse lentamente su traje de baño ante tus inocentes ojos y los de todos los turistas alrededor. Tu mood romántico está hasta el tope: no ves a la chica como normalmente lo hubieras hecho sino como una magnifica manifestación de la naturaleza, igual que la cascada de agua azul. Al final la chica repite el ritual para acomodarse su indumentaria original pero en esta ocasión prestas más atención a la belleza de la cascada… definitivamente traes puesto el traje del romanticismo.

Te sigues derecho a Palenque, en el camino conoces un lugar que se llama Agua Clara que es bonito pero no logra impresionarte… tu lado romántico comienza a volverse exigente. Llegas a Palenque, escalas hasta la última pirámide y repites el ritual de las miles de fotos. El lugar es impresionante pero nuevamente quedas un poco insatisfecho… quizá te haya decepcionado el enterarte que el atractivo principal, la tumba del Dios Pacal, el famoso Astronauta de Palenque, está cerrada desde hace más de 10 años. El guía te explica que es por motivos de conservación. Te preguntas para qué carajos se conserva algo que de todos modos la gente no puede ver… al menos la gente normal como tú. En fin… te conformas comprado un grabado con la réplica de la famosa tumba. Otra vez a la carretera, te sientes un poco cansado e incómodo por el hecho no haber conseguido maravillarte en Palenque como lo esperabas… crees que se debe a que el guía a pasado horas hablándote de Bonampak y Yaxchilán… te ha dicho que Palenque es un destino deplorablemente comercial, nada comparado con las visitas restantes, donde pocos turistas llegan y donde puedes convivir con la naturaleza en un estado casi virgen. Eso es… el guía te predispuso y te convenció de que Palenque es un lugar poco apropiado para gente romántica como tú.

Comienzas a disfrutar la carretera. Tu lado romántico resucita con toda su fuerza y te embelesas viendo a las mujeres indígenas lavar su ropa en los pequeños ríos. Pasas por pequeñas comunidades y te das unas ganas inmensas de cambiar el itinerario y bajar a conocer un poco de la vida en esas comunidades. Ves a mucha gente caminando por carretera, la mayoría van cargando algo: costales con fruta, madera o grandes recipientes de barro. El guía te explica que los recipientes de barro contienen agua… agua que las mujeres obtienen de los ríos y acarrean sobre sus cabezas a lo largo de kilómetros… das un trago a tu agua Ciel - finamente gasificada - y te embarga un sentimiento que eres incapaz de definir… algo seguramente relacionado con tu mood romántico de estas vacaciones.

Llegas finalmente a Bonampak. Tu lado romántico es puesto a prueba con una cabaña llena de bichos… ¿qué esperabas? te dice el guía… estamos en medio la selva. Durante la cena, buscas desesperadamente platicar con el dueño de las cabañas, un lacandón que según tu guía es una especie de Miyagi de la selva. Finalmente consigues que se siente junto a ti. Platicas hasta la madrugada con Miyagi, te relata muchas anécdotas de la selva como las que cuenta Luis Sepúlveda en uno de sus libros: historias de inocentes turistas acompañados de Miyagis en travesías por la selva lacandona. En las narraciones, los animales de la selva siempre juegan un rol importante: tigrillos, tapires, cocodrilos, monos, aves e insectos. Hay un personaje de la selva recurrente en la mayoría de las narraciones, el protagonista de las aventuras más emocionantes, el jaguar. Las historias hacen que aflore como nunca tu lado romántico y aventurero… súbitamente propones a los comensales: vamos a buscar un pinche jaguar! Miyagi accede inmediatamente, al parecer les has caído bien, tu novia te mira con cara de estás loco pero la convences en dos minutos… no es que tus argumentos sean muy convincentes, mas bien, el romanticismo se ha apoderado de ella. Sale un pequeño grupo a la conquista de la selva; caminan durante horas y logras ver varios animales pero nunca consigues ver al jaguar. Miyagi explica que se requiere un golpe de suerte para verlo, a pesar de que hay muchos jaguares en la selva, rara vez se dejan encontrar. En esta ocasión, nada opaca tu capacidad de maravillarte: la selva de noche, los ruidos, la tormenta que no alcanza a traspasar completamente la vegetación… es sin lugar a dudas el climax del recorrido. Regresas a la cabaña llena de bichos pero antes, cumples el ritual que todo citadino debe hacer cuando sale de la ciudad: te quedas un rato a contemplar las estrellas. Ya en la cabaña, te maravillas por el hecho de estar completamente aislado, te han explicado que no hay un teléfono en kilómetros a la redonda y te gusta el hecho de que no haya ni radio ni tele ni nada. Al otro día recorres la nuevamente la selva y te trasladas a las ruinas de Bonampak. El recorrido es extraordinario pero nuevamente te quedas a la mitad en el proceso de estupefacción… la selva de día no se compara con la selva de noche. En un desplante de romanticismo, recuerdas aquella frase de Luis Sepúlveda: “en el día, es el hombre y la selva; en la noche, el hombre es selva”. Cumples el ritual de las fotos y de escalar todas las pirámides.

Otro día, un rato de carretera y un recorrido de una hora en lancha por el río Usumacinta. El lanchero te dice que a la izquierda está México y a la derecha está Guatemala… te vale madres el comentario… lo que importa es que de ambos lados hay una selva impactante que parece desbordarse y quererse tragar hasta el río. Llegas por fin a Yaxchilán, el guía te ha prometido que esta es la mejor parte del recorrido. Aunque Miyagi te explicó que los jaguares jamás salen de día, durante el recorrido no pierdes la esperanza de toparte con uno. Súbitamente algo hace que te olvides del jaguar: un fuerte aullido-gemido que parece provenir de unos cuantos metros adelante. El guía te explica que es un simio "de los grandes". Después del miedo inicial, te lanzas a la búsqueda del simio… si no veo al jaguar cuando menos a este sí lo veo, piensas. Sigues lo sonidos durante un tiempo que parecen horas, el rugido es tan fuerte y tan distinto a cualquier cosa que hayas escuchado, que por un momento sientes que tu novia y tú son Ana Lucía y Mr. Eko perseguidos por la bestia… te sacudes el pensamiento… una serie gringa por buena que sea, no es el recuerdo adecuado para el momento. Al final no consigues llegar al simio, te conformas con fotografiar un simpático tapir, algunos monos pequeños, tucanes y una que otra araña. Durante el recorrido en ocasiones te lamentas por no haber comprado un repelente… los piquetes de mosquito se están volviendo insoportables… se te ocurre una idea: en la mochila traes cigarros! Seguro el humo conseguirá ahuyentarlos… sacas la cajetilla pero tu lado romántico te impide prender un cigarro… no estaría en armonía con la naturaleza… además ¿qué harías con la colilla? son miles de hectáreas de selva pero no te atreverías a agraviar una pequeña parte con tu basura… decides aguantar a los mosquitos.

Nuevamente la cabaña, nuevamente la cena aunque ahora sin Miyagi. Se ha ido a una comunidad vecina a no se qué… no te atreves a aventurarte a la selva de noche sin él. Otro día, más carretera… en esta ocasión te duermes un buen rato… has emprendido el camino de regreso y al parecer el romanticismo ha empezado a desaparecer. Llegas a las famosas Lagunas de Montebello. Bonitas pero nada tan extraordinario como la selva, recuerdas la aventura de Bonampak y te lamentas de no haber podido repetir la hazaña nocturna. Te quedas en un hotel a orillas de lago Tziscao… es mejor que la cabaña… al fin un baño con agua caliente aunque tanta comodidad te molesta un poco… terminará por espantar el romanticismo. Desayunas en el hotel, hay una tele encendida, escuchas de fondo a Carlos Loret diciendo algo del sexto informe de Vicente Fox… en otra ocasión te hubiera interesado… en esta ocasión te incomoda un poco… la tele, el noticiero, definitivamente van a terminar con lo queda del romanticismo.

Terminas de recorrer los lagos y regresas a Tuxtla, un avión a Toluca, otro a Monterrey, fin de las vacaciones. Llegas a tu casa, enciendes la tele y lo primero que ves es Wild On. Mujeres echando desmadre en un antro en quien sabe donde… en esta ocasión no las ves como manifestaciones perfectas de la naturaleza… el romanticismo se ha ido. Empiezas a desempacar y te encuentras con el grabado del Dios Pacal que compraste en Palenque; te preguntas para qué gastaste 200 pesos y qué vas a hacer ahora con esa chingadera… sí… el romanticismo definitivamente se ha ido.