Thursday, May 17, 2007

Algo debió haber salido mal…



Miras a tu alrededor. Algo debió haber salido mal puesto que a tu izquierda está un borrachín patético que apenas puede mantenerse en pie y a tu derecha hay una persona con la cara de hombre más horrible que hayas visto y un cuerpo todavía más feo de mujer. El jotillo en cuestión te cierra el ojo y te manda un beso… volteas la cabeza para no verlo. Te preguntas si lo asignarán a la sección de hombres o a la sección de mujeres… en una de esas y hasta te toca de compañer@ de celda.

Por primera vez te arrepientes… piensas en las 3 ó 4 oportunidades que tuviste para zafarte de esta situación y en la forma en la que decidiste llevarla hasta el final. Te sentiste víctima de una injusticia y optaste por seguir el camino correcto: nada de aceptar culpas que no son tuyas… nada de dar mordidas… “deje de amenazarme y arrésteme” le dijiste al oficial de la honorable policía regia. Te subieron a una camioneta junto con un pobre chamaco que hablaba con dificultad español, con un claro acento portugués. “Soy un estudiante de intercambio” repetía. El policía trataba de asustarlo diciendo: yur un big trabol; yur goin tu yail. Trataste de permanecer serio pero se te escaparon varias sonrisas… el ilustradísimo oficial repetía su frase orgullosamente, pensando que todos los güeros con acento extranjero a huevo son gringos… lo mejor fue que el presunto brasileño aparente no hablaba inglés y no le entendía ni madres… hasta ese momento te estabas divirtiendo mucho.

No obstante, la situación había llegado demasiado lejos y ya no era tan divertida. Después del joto, llegó tu turno en la ventanilla. Tus pertenecías a un sobre: tu cartera con 3 billetes de veinte y 400 pesos en vales de gasolina, reloj, nextel, unos trident, unos kleenex, las llaves de tu coche, papelitos mordidos y unas cuantas cáscaras de pistaches… tu agujetas y cinturón también van al sobre. Te tranquilizas un poco al leer una placa con los derechos del preso:

Recibir un trato digno en todo momento
Tener una audiencia con el juez calificador
Conocer la causa y el resultado del dictamen
Ser alimentado
Recibir visitas
Hacer una llamada telefónica
Llegas con un oficial que te pide te quites toda la ropa. Te quedas parado como esperando a confirmar que hayas escuchado bien. Te pide nuevamente que la quites... definitivamente la situación ya no es nada divertida. El poli se limita a revisar cuidadosamente tu ropa y te pide que te la vuelvas a poner.

En fin, tarde o temprano llegarás con una persona con la que se pueda establecer un diálogo razonable. Habías asumido como nunca tu papel de juppie y te habías negado a hablar más de lo estrictamente indispensable con los meseros del antro, los policías y los demás empleados… habías decidido esperar al juez para exponer tus argumentos. Y no es que confíes plenamente en la impartición de justicia en este país… más bien confías en tu sagacidad y en tus cuidadosamente desarrolladas habilidades de argumentación y debate.

Te pasan con un doctor con apariencia de Cumbia King, quien te pide que camines siguiendo una línea recta y que mantengas el equilibrio con los ojos cerrados y los brazos extendidos. A pesar de la borrachera que traías hace un rato, pasas exitosamente las pruebas. Al fin llegas con el juez calificador. No es precisamente un abogado de Boston Legal pero es la única persona del lugar que aparenta saber leer. Ahora sí… sueltas tu discurso casi de memoria y el juez te deja hablar y cuando menos aparenta poner mucha atención a tu historia. Al final se muestra amable y hasta empático; te dice que comprende tu situación pero que la única forma de salir es pagando una fianza o cumpliendo con un arresto. Le preguntas amablemente cómo es que si está de acuerdo con tus argumentos, no puede dejarte ir. Te repite que sólo hay dos caminos: arresto o fianza. Te aguantas las ganas de decirle: “entonces no eres un juez… eres un pinche cobra-fianzas”. El lugar de eso le dices que optas por pagar la fianza pero que no traes efectivo y necesitas recuperar tu cartera y tener acceso a un cajero. Te suelta un viejo cliché: “eso usualmente no se permite pero usted me cae bien y le voy a echar la mano”. Te dice que en 15 minutos el comandante ***** te llevará por tu cartera y al cajero y que por lo pronto, acompañes al oficial *****. Alcanzas a ver de reojo al comandante antes del que el oficial te sujete del brazo y te conduzca a una maloliente celda. Estás un poco destanteado, el juez dijo que tendrías que esperar 15 minutos pero no dijo que tendrías que esperar en una celda.

En fin… decides esperar pacientemente. Diez minutos, veinte minutos, media hora, cuarenta minutos. Un oficial se acerca a la celda y le explicas la situación. El policía responde amablemente que en unos 15 minutos va bajar al área de dictámenes y que con gusto puede recordarle al juez tu caso. Le agradeces el favor. Diez minutos, veinte minutos, media hora… el policía no vuelve a aparecer. Se acerca otro policía y repites la estrategia. “Uy joven… pues va a estar medio difícil porque a las 6 de la mañana fue cambio de turno y ese juez ya se fue a su casa… pero si quiere, en unos 15 minutos le comento al juez de la mañana y a ver que dice”. Agradeces nuevamente el favor pero eso de los 15 minutos ya te tiene hasta la madre.

Te sientas y evalúas la situación. Si hubo cambio de turno es muy probable que ya te la hayas pelado. Tendrás que hacer uso de tu llamada telefónica y buscar alguien que vaya a pagar tu fianza. Decides esperar un poco más. Diez minutos, veinte minutos. Se acerca un policía y le pides hacer uso del teléfono. Te dice que no se permiten hacer llamadas sino hasta la 7 de la mañana. Volteas al reloj que está en la pared… 6:45… puta madre… faltan 15 minutos. A las 7 en punto de la mañana acuden varios policías a tu celda a pasar lista. Aprovechas para pedir tu llamada y te dicen que seas paciente, que sí te van a dejar hablar. Diez minutos, veinte minutos, media hora, cuarenta minutos. Por fin, se acerca un nuevo policía… le pides el teléfono y te dice que no se pueden hacer llamadas hasta las 8. No volteas a ver al reloj pero sabes que a huevo son las 7:45.

Te sientas y evalúas la cada vez más patética situación. Tus admiradas habilidades de argumentación y debate no te habían librado de la situación… ni siquiera habían logrado que se respetaran los derechos de la pinche placa! No conocías el resultado del dictamen y hasta el momento no te habían dejado hacer tu llamada… Diez minutos, veinte minutos, media hora… por fin se acerca un policía y te dice que puedes hacer tu llamada; no celulares ni largas distancias. Marcas el teléfono del único amigo que sabes de memoria su teléfono … no contesta… pinche pollo... seguro está dormido. Te regresan a tu celda. Preguntas en cuánto tiempo puedes volver a intentarlo… “en unos 15 minutos”. Apoyas patéticamente la frente en los barrotes… empiezas a cabecear… recuerdas que el día anterior te levantaste a las 4 de la mañana a preparar el material para una reunión y sacas la cuenta de que llevas casi 30 horas sin dormir.

Diez minutos, veinte minutos. Llega un nuevo compañero de celda. Viene hasta la madre y bastante prendido. Grita sin cesar que el policía que lo apañó va a amanecer muerto. Te dice que él es amigo de un chingo de narcos y que va mandar a los mismísimos Zetas a quebrarse al tira. Te lanza una mirada rara y te dice que el policía culero que lo agarró era “un pinche güerito igual que tú”. Sonríes y le dices que a huevo… que mande a sus cuates a chingarse al policía por culero. Hasta el momento, te habías movido entre la desesperación y el coraje pero por primera vez entras en el terreno del miedo.

Diez minutos, veinte minutos. Afortunadamente el amigo de los Zetas se queda jetón y ya no tienes que platicar con él. Empiezas a pensar que igual y te vas a tener que aventar las 24 horas de arresto (serán 24?). No te quieres dormir… sería como resignarte a soplarte todo el arresto. Además hace un frío del carajo. Notas que varios de tus compañeros tienen cobijas y piensas que puedes pedir una… tu lado más mamón y juppie te lo impide… no me jodan, pinches cobijas apestosas… en mi casa me tapo con edredones Náutica...

Cuando todo parece perdido, ves que pasar al comandante *****!!! Te paras y le pides que te ayude, que necesitas recuperar tu cartera e ir a un cajero. Te pide una disculpa… te dice que se olvidó por completo que quedó de echarte la mano pero que ahora mismo te va a llevar a pagar tu fianza. Te saca de la celda y te lleva al cuarto donde guardan los sobres con las pertenencias. Revisa la hoja con tu lista de pertenencias. Te dice que está cabrón que te dejen salir al cajero pero que puedes dejar los vales de gasolina en el sobre al recoger tus cosas. Te está pidiendo una mordida el cabrón. Por un segundo, recuerdas los principios e ideales que te arrastraron a esa situación. Piensas en decirle que ni madres… que quieres pagar tu fianza como se debe y que exiges un recibo oficial. Te imaginas al güey diciéndote que con mucho gusto te lleva el recibo dentro de 15 minutos a tu celda. Ni modo, las 4 horas de arresto han conseguido ablandarte… sacas tus pertenencias del sobre, dejas los vales de gasolina, los pistaches de propina y te largas de ahí.

Sales a la calle con tus agujetas y tu cinturón en la mano. Agarras un taxi y te vas a tu casa. Estás tan cansado que ni siquiera tienes energía para planear tu venganza. Seguramente el episodio quedará simplemente archivado en el anecdotario. De ningún modo piensas que la experiencia vaya a cambiar tu vida o algo por el estilo. No obstante, camino a tu casa te sientes la persona más feliz y libre del mundo.